Irene
Irene se bajó de la furgoneta y se despidió del conductor con un gesto. Caminó por los adoquines que se alejaban de la parada hasta la casa de Luca. El aire fresco le picaba en las mejillas y se apretó el suéter de lana mientras le caían grandes gotas en la cabeza. Buscó el sol escondido entre el oyamel y el cielo gris. Pronto terminaría la temporada de lluvias, trayendo las mañanas heladas y los fríos cielos azules. Los oyameles y y las brillantes flores amarillas de los arbustos de gordolobo bordeaban el camino hacia la casa mientras ella se apresuraba bajo la lluvia.
Tal vez algún día viviría en un lugar como éste, lejos del ruido y la contaminación, y alguien vendría de la ciudad a limpiarlo. Sonrió. Una trabajadora social nunca podría pagar una casa así, pero no importaba mientras tuviera lo suficiente y pudiera ayudar a la gente.
Un auto rojo brillante se acercó por el camino de tierra. Era su patrón. Se rió. ¿Quién se compra un auto deportivo bajo y luego vive en el bosque en un camino de tierra? Pero la gente rica era un misterio para ella, y este extranjero aún más.
La ventanilla del auto zumbó al bajar y Luca asomó la cabeza. "¡Buenos días! Deja que te lleve a la casa".
Irene se subió al auto, contenta de no estar bajo la lluvia, y viajaron en silencio hasta su casa. Se sorprendió cuando él estacionó el auto y entró detrás de ella.
"¿Va a trabajar?"
"Sí. Primero voy a preparar un poco de café".
Irene sacó las sábanas de la cama y las metió en la lavadora mientras Luca estaba en la cocina. Cuando hacía la cama con sábanas limpias, Luca entró y le dio una taza. "Bébete esto, te calentará".
Irene saboreó el dulce café con leche mientras él la miraba con sus pequeños ojos azules haciendo sonar sus llaves. "Me voy a trabajar entonces. Dejé tu dinero en la mesa de la cocina".
Irene fue a la cocina a lavar su taza vacía. Mientras lavaba los platos, las paredes se movieron y se desplazaron. Se agarró al fregadero; un vaso cayó, haciéndose añicos en el suelo de piedra. Se giró para agarrar una escoba cuando todo se volvió negro.
Irene abrió los ojos en la oscuridad de su venda. Intentó tragar, pero la mordaza aceitosa le tapó la lengua y le secó la boca. Las cuerdas que le ataban las piernas y manos a una silla le cortaban la piel cuando forcejeaba. ¿Dónde estaba? Recordaba haber salido de casa para ir a trabajar y luego nada. ¿Qué hora era? Parecía tarde, su madre estaría preocupada. Debería haber abrazado a mami antes de salir. Percibió los aromas de gasolina, cedro y humedad. Temblaba de frío. Una alarma sonó en su cuerpo, y el miedo cayó sobre ella como una lluvia helada.
Detrás de Irene se abrió una puerta. Sacudió la cabeza hacia el sonido. "¡Ayúdenme!" La mordaza transformó sus gritos en gruñidos ahogados. El metal raspaba contra el metal. Alguien jadeaba con fuerza. "¿Quién está ahí?", intentó decir. Una mano áspera le agarró la garganta, arrancándole un grito. Luchó contra sus ataduras mientras el calor se extendía desde la entrepierna de sus jeans hasta sus muslos. Esto no podía estar pasándole a ella.
Inclinó la cabeza hacia el cálido aliento con aroma a ajo. Intentó gritar contra la tela: "¡Por favor, no me hagas daño! No quiero morir. Por favor".
“¡Quédate quieta!"
Esa voz. Era Luca; ella reconoció su acento. ¿Cómo pudo hacerle esto? ¿Tal vez era una broma? La conocía. Se esforzó y sacudió la cabeza mientras un fuego le quemaba el pecho. Era demasiado joven. Todavía le quedaban dos años para terminar su licenciatura; tenía que entregar los deberes mañana. Esto no podía estar pasándole a ella. ¿Qué pensaría su novio? ¿Valeria?
Se sumergió en un pozo eterno de dolor y terror, cayendo en un agujero negro.
Una luz cegadora atravesó la oscuridad de la habitación polvorienta con neumáticos viejos apoyados en sus paredes. Una puerta, enmarcada en la luz, se abrió frente a ella, dajando entrar los rayos que la habían despertado. Parpadeó, ya no tenía los ojos vendados. Tenía las manos y los pies libres. Se levantó lentamente cuando una voz femenina la llamó desde la luz del otro lado de la puerta: "¡Irene! Ahora estás a salvo. Sal de esta habitación. Eres libre".
Irene dudó. ¿Era su abuela? No puede ser. Miró el suelo, los cuchillos, las ropas desgarradas saturadas de carmesí, un riachuelo de sangre que salía de un charco para escurrirse en la esquina. Una chica conocida estaba atada a una silla. Antes de reconocerse, salió volando de la habitación y se disolvió en una luz blanca.
Luca
Luca sonrió y asintió mientras escuchaba a su decano hablar sin parar. No tenía noticias de Julia, y una voz insistente le decía que debía preocuparse. Luca observó al decano mirando el reloj de la habitación del hospital y le dijo: " "Deberías irte a casa para cenar y ver a tu familia".
"No quiero dejarte solo, y acabo de tomar uno de los pastes". Señaló el decano con la cabeza hacia la mesa, en la que había una bolsa marrón llena de pastes rellenos de carne, papas y chiles, regalo de una alumna. Luca sonrió al pensar en cómo la estudiante había hecho evidente su enamoramiento de él. Estaba seguro que podría convencerla de que se reuniera en secreto; las mujeres eran tan confiadas...
"...comer".
"¿Qué?", preguntó Luca, regresando su atención al decano.
"Dije que siento que no te los puedas comer".
Julia abrió la puerta; sus mejillas sonrojadas. Luca suspiró aliviado, fijándose en su mirada gastada y en la conmoción de sus ojos; le emocionaba cuando la veía invariablemente en sus víctimas. Era el crescendo emocional que buscaba mientras torturaba. Está preocupada por mí. Las mujeres heridas eran las más fáciles, pensó, abriendo su brazo izquierdo, el sano, hacia ella.
"¡Julia, mi amor, estás aquí! He estado preocupado por ti, conduciendo esa peligrosa carretera sólo por mi vanidad. Ven aquí". Le hizo un gesto para que se acercara a él. Ignoró el dolor de su pierna mientras sonreía, tratando de parecer optimista. Ahora que ella estaba aquí, podía pedir más analgésicos. "¿Por qué tardaste tanto?"
Julia dejó caer su bolso y la maleta en el sofá de visitas y saludó al decano. "Lo siento, Luca, está lloviendo a mares y vives en un lugar sin señal de teléfono celular. No hay electricidad ni teléfono fijo. Traté de responder a tus llamadas, pero se cortaba la señal”.
Luca sonrió fingiendo estar apenado. Dondequiera que viviera, encontraba una casa en una zona remota. Las mujeres lo odiaban, sobre todo si tenían hijos, porque no había escuelas privadas ni servicios. Así era como Luca tenía una novia para evitar sospechas y privacidad para su pasatiempo secreto.
Julia Le dio un beso en la mejilla y se puso junto a su cama. "¿Cómo estás?"
"Mejor ahora que estás aquí, aunque he estado bien acompañado". Sonrió al decano. "He tenido visitas de la universidad toda la tarde, incluso algunos estudiantes. Me han puesto a hacer el papeleo con la mano izquierda".
Luca hizo una mueca de dolor al sentarse y un rayo de dolor le subió por el muslo. Julia mulló las almohadas detrás de él.
El decano abrió la puerta. "Me voy ahora que Julia está aquí. ¿Te irás a casa cuando salgas del hospital?".
Luca levantó su mano vendada y trató de poner cara de pena. Iba a necesitar a Julia durante los próximos meses. Cuando estuviera sano, se buscaría a otra mujer. Se mudaría a otra ciudad en un año y encontraría otra divorciada o viuda solitaria para mantener apariencias. "No puedo caminar, y no puedo usar muletas por mi muñeca".
Julia se puso detrás de su cama. "No te preocupes. Ya me encargué de ello. Te voy a llevar a tu casa, y la señora Victoria y su hija te van a cuidar. Van a trasladar tu dormitorio a la sala, para que no tengas que lidiar con las escaleras".
Luca se relajó cuando el alivio lo invadió. Podría descansar y curarse en su casa. Pero el dolor comenzó como un martillo a golpear sus huesos.
El decano frunció el ceño. "Está demasiado aislado y tranquilo ahí fuera; no tendrá visitas".
"¡Exactamente lo que necesita para curarse! Nada de visitas el primer mes.” Julia le dio unas palmaditas a Luca en su pierna buena.
Un intenso dolor comenzó a latir en su pelvis, pero sonrió. “Julia por favor llama a la enfermera.”
Julia lo ignoró, sus ojos estaban fijos en el decano. “Tendrá muchas citas médicas y terapia física. Tendrá que tramitar su incapacidad temporal.”
Luca se limpió el sudor de la frente, llamaradas de dolor se prendieron en su muslo.
Levantó la mano en gesto de despedida mientras el decano cerraba la puerta tras de sí. Se estremeció, la agonía impidiéndole inhalar. Su muñeca rota ardía, y una varilla ardiente se clavó en su columna. "Por favor, pídele a la enfermera que te dé analgésicos".
Un dolor punzante le hizo estallar los nervios en lo más profundo de su médula. Las náuseas se apoderaron de él mientras Julia lo envolvía con la sábana. ¿Por qué tardaba tanto en traer los analgésicos? Su corazón se aceleró y jadeó. "¡Llama a la enfermera ahora!"
Julia se inclinó y su aliento le hizo cosquillas en la oreja. "No te preocupes; pronto estarás en casa y nos aseguraremos de que recibas todo lo que mereces".
EL FIN
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